Hambre emocional o Hambre “real”?
¿Quién no sabe decir cuándo tiene hambre?
Si hay algo inherentemente arraigado en nuestra impronta animal es el saber distinguir cuándo estamos hambrientos.
Puro instinto.
No hay espacio para cábalas intelectuales ni para teorías elevadas cuando el estómago comienza a rugir y el foco mental, centrado hasta el momento “a modo láser”, comienza a desvanecerse.
Es entonces cuando hacemos una pausa, nos sentamos a comer, nos sentimos saciados, recuperamos nuestra energía…y continuamos con lo que tuviéramos entre manos.
[…]
Bonita historia, ¿verdad?
Si las señales de hambre están tan claramente establecidas en nuestro cuerpo, ¿cómo es que muchos de nosotros nos pasamos el día saltando de bocado en bocado, o luchando internamente por no hacerlo?
Si la naturaleza propia del cuerpo nos indica meridianamente cuándo estamos saciados, ¿cómo es que frecuentemente nos encontramos mordisqueando, masticando, tragando y deambulando en torno a la comida, a pesar de haber comido apenas un rato antes?
Cuando las emociones “aderezan” nuestro plato
Lo que ocurre es que a nuestra llamada fisiológica de hambre se le superpone “otra capa” que interfiere con la anterior (para los amantes de la tecnología y las comunicaciones, sería algo equivalente a un “ruido” que interfiere con la señal inicial).
¿Y qué “ruido” es ése? ¿Qué señales se solapan con nuestras indicaciones de hambre y saciedad?
Ciertas emociones y estados anímicos: Tristeza, ira, agotamiento, desesperación, alegría, etc.
Para cada una de ellas, la comida adquiere un significado diferente, pero en todos los casos es un mecanismo que “alivia” o (falsamente) contrarresta la emoción inicial.
El estrés también puede llegar generar “mucho ruido”, distorsionando las señales de hambre iniciales que el cuerpo nos hace llegar. En este caso, la comida puede actuar como ansiolítico natural.
En cualquiera de los dos casos anteriores, emociones y fisiología se entremezclan, generando una aparente maraña de indicadores en nuestro cuerpo difíciles de diferenciar e interpretar.
¿Cómo distinguir el hambre “real” del hambre emocional?
El primer paso es, sin duda, aprender a diferenciar las características inequívocas que cada uno.
Aquí os dejo algunas de las más relevantes:
Hambre “real” (fisiológica)
1) Aparece gradualmente:
Ese conocido malestar en la boca del estómago que se nos presenta en mitad de una reunión justo antes de la hora de comer…
2) No es necesario satisfacerlo inmediatamente: Podemos esperar t-r-a-n-q-u-i-l-a-m-e-n-t-e a que acabe la reunión, a llegar casa en coche, o a enviar ese email pendiente antes de ir a la cafetería…
3) Estás abierto a diferentes opciones a la hora de comer: Miras qué tienes medio preparado en casa, o echas un ojo al menú del restaurante con curiosidad (es decir, no escaneas a la desesperada esa hamburguesa doble o ese plato de espagueti a la carbonara…)
4) Dejas de comer cuando te sientes saciado, es decir, sigues las señales de tu cuerpo de manera natural. Sabes que no es necesario ese postre, que no te apetece rellenar varias veces el plato en ese buffet libre…
5) Te sientes bien cuando acabas de comer. Ese suspiro de “Ahhhh, ¡por fin he comido!”. Éste es un aspecto clave a la hora de distinguir ambos tipos de hambre.
Hambre emocional
Aparece de repente, como salida de la nada. Te encuentras delante de ese incómodo email que tienes que enviar o de ese tedioso informe que tienes pendiente de acabar y ¡¡zas!! se te antojan esas galletas de chocolate o esos M&M que tenías a buen recaudo en el cajón de tu mesa.
Sientes la urgencia de satisfacerla inmediatamente.
No. No puedes esperar a llegar a casa tras salir de la oficina para prepararte la comida; echas mano de esos cacahuetes con miel de la máquina de vending.
No puedes esperar esos 15 min antes de ir a comer con tus compañeros; agarras esos chocolates que alguien ha puesto en las zonas comunes de tu oficina (¿A quién se le ocurrió la bendita idea?).
No puedes esperar a llegar a casa tras una jornada extenuante en el trabajo y prepararte la cena; te pasas por el supermercado o la cafetería más cercanos a comprar algo dulce, salado o crujiente, y vas picando por el camino…
No puedes esperar a acabar de preparar la cena: cocinas y picoteas al mismo tiempo.
3) Tienes antojos por un determinado tipo de alimento
No hablamos de “tengo hambre” en general; hablamos de:
“¿Dónde está ese croissant con chocolate que dejé la última vez en la despensa?”
“Mi reino por esas patatas fritas con salsa barbacoa!
“… y ese trozo de queso con nueces, ¿Dónde lo dejé?” ¿Y los cacahuetes con miel?”
4) Continúas comiendo incluso cuando te sientes llen@
Ya lo decía el anuncio de unas famosas patatas fritas: “Cuando haces pop, ya no hay stop”. Bien sabían los directores de marketing de aquella famosa campaña publicitaria cómo funciona nuestro cerebro…
Las señales fisiológicas de hambre son acalladas por este “ruido”: No nos comemos dos galletas o un puñado de cacahuetes; acabamos con el paquete.
5) Sentimientos de culpabilidad y vergüenza cuando acabas de comer
“No tendría que haberme comido esto. ¡No tengo fuerza de voluntad!”
“¿Qué pasa conmigo? ¡A Fulanita no le ocurre!”
Don Juicio y Doña Culpa suelen hacernos una visita, una vez el “piloto automático” en el que nos encontrábamos hasta ese momento se desactiva.
Éste es un aspecto clave a la hora de diferenciar ambos tipos de hambre.
Con el hambre emocional, uno siente que necesita comer para poder satisfacer/apaciguar “algo” que le está perturbando. Y ese algo suele ser un conflicto emocional latente con el que se está batallando, de manera consciente o no.
Cómo comenzar a gestionar el hambre emocional
El primer paso para desactivar este mecanismo automático es el de reconocer y distinguir las señales explicadas arriba, es decir, las que provienen del hambre fisiológica y del hambre emocional.
No podemos gestionar lo que no se sabe identificar.
El segundo paso es aprender a implementar ciertas técnicas encaminadas a romper el vínculo entre el estímulo (cualquier escenario que tu cerebro interpreta como una “invitación”) y la (re)acción (coger esas patatas fritas, ese croissant o ese muffin de chocolate).
De esto hablaré en posteriores posts.
El tercero es, sin duda, indagar sobre la emoción que “aprieta el gatillo” y la causa subyacente. Se trata de remar “aguas arriba” en busca de la causa original.
Si el hambre emocional es algo presente en tu vida en estos momentos, y sientes que de algún modo pone trabas a tu bienestar o a tus objetivos de salud, te invito a que busques un huequito en los próximos días y mantengas esta conversación contigo mism@:
“Me siento identificad@ con algunas de las situaciones que caracterizan el hambre emocional?”
Si es así, ¿me siento bien con ello o, por el contrario, recibo frecuentemente la visita de Don Juicio y Doña Culpa ?
¿Qué situaciones desencadenan mi comportamiento? ¿Es ansiedad, agotamiento, aburrimiento, tristeza, puro hábito…?
¿Cuáles son los alimentos a los que recurro cuando me gobierna el “piloto automático”? ¿Son salados, dulces, crujientes, esponjosos…?
¿Cómo puedo comenzar hoy a escuchar más atentamente las señales de mi cuerpo?
¿Puedo gestionarlo yo sol@ o he de reconocer que necesito un poco de guía?
[…]
Tu cuerpo y tu mente se merecen que le dediques este tiempo y este gesto de autocuidado ❤.
Si te surge alguna pregunta en relación al hambre real y emocional puedes dejarla abajo en los comentarios, o escribirme directamente a teresa@tuvidaenelplato.com .
Estaré encantada de leerte 😊.
Un fuerte abrazo.
Teresa M.