Tu Vida En El Plato

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La mujer que confundía el frigorífico con el sofá

Levanto la cabeza y miro el reloj de pared. Las 4 de la tarde. Retiro las manos del teclado del ordenador. Suspiro (o resoplo), y echo mentalmente la vista hacia atrás para ver qué he hecho durante el día:

1. Levantada desde las 6:00 am.

2. Mi ritual mañanero de hoy ha incluido un café…(**)


(**) Pausa mental:

Me asalta la duda sobre la profesionalidad de lo que estoy a punto de escribir:

  • ¿No debería predicar con el ejemplo?...

  • ¿Debería escribir “café” siendo “Health Coach”?

  • ¿No debería escribir aquí algo más parecido a:

“Me levanto, hago unas meditaciones, me tomo un vaso de agua con limón para ayudar a limpiar mis riñones, escribo mis Morning Pages para dar rienda libre a mi inconsciente, practico 20 saludos al sol durante 30 minutos, me ducho y me tomo un desayuno completo y saludable, bajo en azúcares y harinas refinadas…”?

Decido que voy a escribir mi realidad “sin filtros” (excepto el que uso para la cafetera).

Fin de la pausa mental (**).


3. Me siento a disfrutar de mi taza de café solo.

Eso sí, natural, flojito y de cafetera metálica italiana “de toda la vida”. Lo he convertido en uno de esos momentos típicos de anuncios en los que te sientas a deleitarte con la taza humeante en la mano mientras miras por la ventana y le das los buenos días a la mañana (en esta época del año hace frío como para sentarme en el balcón).

4. Tras unos hábitos de mañana que llevo intentando integrar desde hace un tiempo…

(Léase “peleándome” con ellos, dado que el hábito aún no está formado) y que me llevan más o menos una hora y media, mi jornada “oficial” de trabajo comienza en torno a las 8am, tras ducha y desayuno.


5. ⌚ 8:00h- 12:30h

Clavada como una alcayata en la silla (no ergonómica), delante del ordenador.

Escribo, respondo mensajes, leo, busco, organizo, preparo contenidos y reuniones, atiendo, escucho, investigo, enseño, esbozo charlas y seminarios…

Llamadas, emails, consultas, preparación de cursos, más emails, tareas pendientes de longitud similar a la de la muralla china, más llamadas, más consultas…

A lo largo de la mañana, echo cuentas y sí, he parado a beber agua, a prepararme alguna infusión, a ir al baño… y paro de contar.

6. ⌚12:30h. Hora de almuerzo (en Suiza)

Me levanto de la silla (mis piernas se quejan por tenerlas inmovilizadas tanto tiempo seguido).

Preparo algo rápido, sano, y que no requiera mucho cerebro en la toma de decisión.

¿Es nutritivo? Sí.

¿Es balanceado? Sí.

¿Me gusta? Sí. Claro (esto no es negociable)

¿Me tomo el tiempo de disfrutarlo? …… Mmmmmmmmm…. No.

Me siento delante del portátil a comer mientras ojeo la lista de tareas pendientes que suelo marcar como “se pueden hacer en menos de 2 minutos y no requieren mucho cerebro”…


(**) Pausa mental:

De nuevo, la duda se instala:

No recuerdo haber leído o visto a ningún Health Coach, nutricionista, o experto en nutrición y salud, publicar que comen delante del ordenador. Al menos eso no es lo que venden en las stories de Instagram ni en los Facebook Live, ni en sus blogs, ni es las newsletters, ni en sus podcasts”… 🤔

De nuevo, estoy muy lejos de predicar con el ejemplo.

Y de nuevo, tras unos segundos con los dedos separados del teclado, decido seguir escribiendo “sin filtros”…

(**) Fin de la pausa mental


Lo que me lleva a mi segundo café… y a continuar la jornada…


 7. ⌚ Tres horas más tarde (son las 15:45h),

 Comienzo a notar que la concentración se desvaneció como por conjuro. Lucho contra la pesadez de párpados y el dolor de piernas. Aunque las tenga en alto apoyadas en otra silla, el martirio de mantenerlas inmovilizadas durante tantas horas pasa factura.

Y es ahora donde me encuentro cara a cara con doña ansiedad. Noto la sensación de nerviosismo subirme por el pecho, la boca del estómago regurgitar ácidos que me incomodan, la incapacidad de estar enfocada delante del documento que estoy redactando… no consigo quedarme quieta en la silla…

….Y acto seguido, comienza el baile…

Me levanto. Voy al frigorífico (una de las des/ventajas de trabajar desde casa es que te pilla a mano).

Lo abro. Lo miro como si lo viese por primera vez. Como si fuese a encontrar el elixir de la eterna juventud ahí dentro. Como si no me conociera de memoria lo que voy a encontrar al otro lado de la puerta.

Agarro dos onzas de chocolate negro (eso sí, “mega healthy”: cacao orgánico 100% de Madagascar). Corto una rodaja de pan de lino que horneé el otro día y me vuelvo a la silla a comérmelos.

Mientras doy cuenta de la comida, limpio la bandeja de entrada (es una tarea que no requiere mucha materia gris).

8. ⌚ 15 minutos después (sí, sólo 15)

La sensación de nerviosismo, de no poder quedarme quieta en la silla centrada en la pantalla, vuelve.

Tengo la cabeza como si me la hubieran llenado de plomo líquido. Pesada. Incapaz de centrarme en las líneas de texto que tengo delante.

Y a eso súmale el trozo de pan de lino (que no es precisamente “ligero” con el chocolate aposentados en el estómago.

Me levanto.

Abro el frigorífico con la misma expectación que cuando se abre un regalo de cumpleaños.

Sigue encontrando lo mismo que antes (menos dos onzas de chocolate negro).

Tomo nota mental: tengo que hacer la compra…

Continúo con la puerta abierta, como si estuviera mirando los detalles de un cuadro de El Greco…

Agarro un yogurt de coco. Le echo canela, estevia y unas nueces de macadamia por encima, y vuelvo a la mesa, delante de la impertérrita pantalla que sigue esperándome.

Son las 16:30h.

Cambio de tarea para ver si eso me espabila un poco…

9. ⌚ 16:45h.

Ni de coña. No soy capaz de centrar el tiro.

Se me han caído los párpados al suelo tres veces en menos de 10 minutos.


Abrir el frigorífico se vuelve un acto parecido al de abrir el bolso de Mary Poppins:

Te mantiene en perpetua excitación porque nunca sabes qué va a salir de él.

11.⌚ 17:15h

No puedo más. Cierro la pantalla del ordenador, con una sensación de pesadez en el estómago y cabreada (¡¡¡¡mucho!!!!) conmigo misma por no ser capaz de mantener la atención por más tiempo.

Entre anatemas mentales contra mi persona por no haber acabado ni la mitad de lo que tenía previsto, lo dejo todo yme permito” tumbarme en el sofá durante unos minutos, ojos cerrados, sin móvil, sin portátil, sin nada

A pesar de que mi cerebro emite señales acompañadas de sirenas tipo alarma nuclear: “Si paras ahora no vas a retomar el trabajo después de la cena (!!!!!!)” (se cena temprano en Suiza), mi agotamiento gana la partida y me acurruco en el sofá.

Y en ese impasse, ocurre la magia:

Mi cerebro consigue “desconectar” -literalmente-, del castillo de fuegos artificiales neuronal al que lo he sometido sin descanso desde las 6:30am de la mañana… Caigo en ese medio arrullo en el que sigues escuchando los ruiditos de alrededor pero en el que pierdes la noción de tiempo y del espacio durante unos 20-30 minutos, no más…

En total, 30 minutos “invertidos” en un sofá…

S-Ó-L-O 30 minutos y mis antojos de comida, mi nerviosismo en el estómago y el plomo líquido de mi cerebro se han esfumado…



“No tenía hambre de comida; tenía “hambre de descanso”

…En este momento, tomo notal mental:

 “¿Y si mañana, en lugar de ir danzando a ritmo de tambor africano de la mesa al frigorífico, pruebo a permitirme un descanso, un espacio para mí, un “no-hacer”, para recargar mis baterías?”…

… Y probé…

… Y de nuevo, operó la magia.

Funcionó.

…Y en ese momento, me vino a la cabeza una frase que oí a mi amigo Ferrán Cases:

“Hay la misma distancia del sofá al frigorífico que del sofá a la cama” …

La sorpresa (y el regalo): Esa cabezada de 30 minutos me permitió seguir trabajando unas horas más tras la cena… (reseña para aquéllos que piensen que el “descanso reduce la productividad”).

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Son las 6:30am de otra mañana cualquiera y aquí me encuentro, sentada delante de mi taza de café de la mañana, y antes de que arranque “oficialmente” esta jornada de trabajo, decido darle al botón de “Publicar” para compartir contigo esta historia de idas y venidas, de danzas electrizantes entre la cocina y el despacho, de agotamiento de reservas y de esperanzas vanas puestas en un frigorífico.

¿Para qué?

  1. Por si te sirve.

  2. Por si ayuda a reevaluar tus propias necesidades y a permitirles el espacio que necesitan.

  3. Para invitarte a hacerte estas preguntas:

  • ¿Te resulta familiar la escena del frigorífico a las 4 de la tarde? ¿Te ocurre a diferentes horas del día, como por ejemplo a media tarde o después de cenar?

  • ¿Cuáles son tus estrategias para “recargar las pilas”? ¿Recurres a la comida? ¿Al sofá? ¿A la máquina de Vending de la empresa?...

  • ¿Te permites “micro-descansos” a lo largo del día? Si no lo haces (como es mi caso, cuando estoy en piloto automático), ¿Por qué crees que ocurre? ¿Qué “programa mental” está operando dentro de ti?

Sin duda alguna, aprender a escucharnos y a responder a estas preguntas (en ocasiones incómodas), es el primer (GRAN) paso para no confundir el “sofá” con el “frigorífico”, y para descubrir la verdadera causa de este tipo de hambre emocional.

Créeme: es mucho más constructivo (y eficiente) afrontar estas cuestiones y la realidad de tu día a día que seguir culpándote por tu “poca fuerza de voluntad” o tu “debilidad de carácter” frente el picoteo entre horas…

Me encantará leer tus respuestas y tus estrategias sobre cómo “recargas tu batería mental”, a través de los comentarios.

Por si le sirven a alguien más…

Por si me sirven a mí misma...

Te espero. Mientras tanto, un abrazo de ésos que recargan baterías 😊

Teresa M.

Fotos: Depositphotos; Jen P. on Unsplash